Paul accedió finalmente a una habitación oscura. Su corazón
crepitaba arrítmicamente debido a la excitación y al miedo que sentía. Allí no
se veía nada, salvo unos destellos brillantes que provenían del final de la
sala. Se acercó titubeante, sin saber bien todavía cual era el foco de aquel
extraño resplandor.
De entre las sombras apareció una desconocida. Fue entonces
cuando Paul cayó en la cuenta: los destellos no provenían de sus ojos como se
podía haber imaginado. Sino que procedían de unos añadidos incorporados a su
fina boca.
En esos momentos, el joven sintió la necesidad imperiosa de
probar los labios de la chica. Se acercó, la tomó por el cuello dulcemente y le
robó un beso. Paul hizo un gesto de desaprobación debido al frío de sus labios.
Volvió a probar y de nuevo había una barrera que los separaba. La miró a los
ojos y vio que tenía un brillo diferente en la mirada. Una tristeza que él se
moría por descubrir. Pero había algo que le cegaba más que el brillo de sus
delicados ojos. Debía hacer desaparecer esa barrera. Ni corto ni perezoso le
rogó a la desconocida que se quitase los añadidos metálicos. Ella, decidida, no
tardó ni un minuto en hacerlos desaparecer. Y acto seguido se fundieron en un
cálido beso que iluminó toda la sala.
Lástima que solo fue un sueño...